Wednesday 30 September 2009

El Conde de Villanueva y la alternativa de la Cuba Grande

Desde su creación, en la segunda mitad del siglo XVIII, la Hacienda cubana jugó un papel de marcada importancia dentro del gran salto de orden económico ocurrido en la Isla, precisamente en esa época. Al comenzar la Edad de Oro del azúcar, a raíz del inicio del conflicto en la vecina colonia francesa de Saint-Domingue, fue la Intendencia de Hacienda uno de los bastiones fundamentales para sacar adelante el gran proyecto de la “isla plantadora azucarera”.
La labor de Francisco de Arango y Parreño al frente del Ayuntamiento habanero y del recién creado Real Consulado de Agricultura y Comercio, estuvo respaldada de un modo sólido por los capitanes generales de turno, en especial por Luis de las Casas y por el intendente de Hacienda José Pablo Valiente.
Sin lugar a dudas, fue Valiente uno de los pilares fundamentales para la consecución del proyecto de Arango. Su gestión económica le valió el respeto de los habaneros de la época, quienes vieron en él, al amigo capaz de respaldar cualquier negocio que pudiera traer ventajas para la Isla.[1]
Luego de la partida de Valiente a España se sucedieron otros ministros no menos brillantes. Rafael Gómez Robaud, siempre en desacuerdo con los proyectos aranguianos, Juan de Aguilar, encargado de afrontar la época de la conflagración bélica con Francia y el muy recordado –es tal vez el más conocido y apreciado hoy día entre todos los intendentes- Alejandro Ramírez.
Ramírez fue nombrado para ejercer la Intendencia de Hacienda de Cuba en un momento asaz crítico. La Madre Patria acababa de obtener una independencia pírrica en detrimento de la Francia Napoleónica invasora. Las desacertadas medidas adoptadas primero por la Regencia del Reino establecida en Cádiz entre 1810 y 1814, y luego por el Rey Fernando VII, habían ido provocando el sistemático desmembramiento del otrora poderoso y extenso Imperio Español de América.
La Isla de Cuba atravesaba a su llegada, en 1816, un desahogado momento económico. Muy a pesar de las continuas quejas elevadas ante la Corte por las diversas instituciones cubanas, la Isla marchaba bien. En los mismos momentos en que Ramírez desembarcaba en La Habana, se conseguían de la Corona, la definitiva apertura de los puertos al comercio con naciones neutrales y el tan largamente anhelado desestanco del tabaco. Sin embargo no todo era alentador, el tráfico de esclavos africanos había sufrido un duro –pero no efectivo- golpe. El tratado firmado entre España e Inglaterra en diciembre de 1817, ponía fin legal a la dramática historia del comercio de seres humanos de un continente a otro. No obstante, como todos sabemos de sobra, lejos de abolirse la trata, aumentó de modo espectacular en las siguientes décadas gracias a la política tolerante y conservadora de los capitanes generales del periodo y del personaje objeto de este estudio, el intendente Martínez de Pinillos.
Para decirlo en las palabras del historiador cubano Leví Marrero, al llegar a Cuba Ramírez encontró “un país que administrar y un Rey en difíciles apremios económicos.”[2] Esto trajo como consecuencia que el nuevo intendente promoviera una política alternativa a la desarrollada hasta entonces en la Isla. Para Ramírez constituyeron puntos claves de su programa la retención del recién otorgado permiso para comerciar con el resto de las naciones; la promoción por todas las vías posibles del fomento de la inmigración de colonos de piel blanca a Cuba; la legitimación de las propiedades de las tierras mercedadas por los cabildos insulares a lo largo de los siglos precedentes y una puntual incisión en el fomento de la pequeña propiedad en detrimento de la gran plantación, dependiente de enormes cantidades de esclavos africanos y de los precios del voluble mercado internacional.[3]
Además, resulta conveniente apuntar que bajo su gestión se inauguró la primera cátedra de economía política de la Isla, en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio de La Habana, a cargo del presbítero Juan Justo Vélez, seguidor de las ideas liberales de Adam Smith y Juan Bautista Say, y cercano colaborador del prelado de La Habana, Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa.
Luego de la conocida dimisión de Ramírez, seguida rápidamente por su muerte, se sucedieron varios intendentes. En los siguientes cuatro años pasaron por el puesto el antiguo funcionario Julián Fernández Roldán, Francisco Xavier de Arambarri, Francisco de Arango y Parreño y, en dos ocasiones de modo interino, Claudio Martínez de Pinillos. Es de este último y de su gestión al frente de la Intendencia, de la cual se ocupó a partir de 1825, de quienes tratará este trabajo.

Un breve, pero obligado recuento biográfico.
Claudio José Bernabé Martínez de Pinillos y Ceballos nació en La Habana, el 30 de octubre de 1780. Hijo de un importante comerciante y plantador natural de la Rioja, Don Bernabé Martínez de Pinillos, fue desde pequeño, junto a su hermano Domingo, la gran esperanza de la familia.
En 1798, al romper las hostilidades con Inglaterra, ingresó al Regimiento de Dragones de Matanzas donde fue pronto ascendido al grado de Teniente de Infantería. Al comenzar el siglo XIX las influencias de su padre le valieron el puesto de amanuense del intendente Valiente, al lado del cual comenzó su carrera dentro de las finanzas. Con Valiente marchó a España en 1805 y al comenzar la Guerra de Independencia contra la invasión de Napoleón Bonaparte, consiguió, presumiblemente a causa de la recomendación de Valiente, el puesto de edecán del General Francisco Xavier Castaños. Junto a él asistió a las batallas de Bailén y Tudela, a raíz de las cuales obtuvo el grado de Teniente Coronel de Infantería.[4]
A finales de 1809 las tropas francesas habían invadido una porción considerable del territorio español, incluyendo a su capital Madrid. El Gobierno, adolescente de un Rey, se centró en la Junta Central de Gobierno y en el Consejo de la Regencia. Estos organismos comenzaron a funcionar en Madrid, pero ante el avance francés retrocedieron sucesivamente a Sevilla y a Cádiz. Este singular hecho ofreció a Pinillos la oportunidad de hacerse cargo de los negocios de las instituciones habaneras ante la Corona, a causa de que el apoderado en propiedad, Don Francisco Antonio Rucabado, había quedado prisionero en Madrid durante la ocupación gala.[5]
Desde su puesto de apoderado interino –en el cual permaneció hasta 1815- Pinillos se convirtió en una figura clave para la consecución de los pedidos de los hacendados y comerciantes de La Habana ante la Junta Central y la Regencia. Además, puede añadirse que, durante el tiempo que desempeñó el puesto, tuvo la oportunidad de estrechar sus relaciones con su mentor Francisco de Arango y Parreño, diputado a las Cortes de 1813 y de entablar amistades duraderas con los diputados cubanos a las Cortes Constituyentes de 1812, Andrés de Jáuregui y Juan Bernardo O’Gavan.
Fue él el encargado de cabildear ante el Gobierno asentado en la gaditana isla de León, todo lo relativo al comercio de esclavos africanos; a pesar de resultar infructuosas, sus gestiones para lograr el desestanco del tabaco fueron constantes; y puede apuntarse, antes de concluir lo referido a esta etapa de su vida, que fue él quien se encargó de sobornar a la Regencia para que se aprobara la controversial Real Orden de 17 de mayo de 1810, por la cual se autorizó el comercio libre de todos los puertos americanos de una manera definitiva. Para ello desembolsó una suma de 1,200 pesos fuertes a los encargados de tomar la peligrosa determinación. Una primera suma de 800 pesos fue entregada el 2 de abril por adelantado para ir ablandando la oposición, y los 400 pesos restantes, cantidad necesaria para cerrar el negocio, fueron entregados una vez conseguida la Real Orden al día siguiente de ser promulgada, el 18 de mayo.[6]
No obstante, la Real Orden fue revocada y quemada, sus autores fueron encarcelados por un breve periodo de tiempo y el comercio libre americano fue suspendido de facto, circunstancia que pesó gravemente en las ulteriores determinaciones independentistas y separatistas ocurridas en las diversas latitudes del Imperio Español de América.
Una vez restituido Rucabado en su puesto, Pinillos fue designado como Tesorero General de Hacienda de la Isla de Cuba, puesto en el que se desempeñó durante toda la intendencia de Ramírez, entre 1816 y 1820. Al producirse su dimisión, Pinillos, siendo uno de los funcionarios más antiguos de la Intendencia, debió ocupar interinamente la cartera en un par de oportunidades, durante 1821 y 1822.
Ya en su segunda interinatura se tomó la libertad de crear, con la intención de favorecer al gremio de comerciantes de su ciudad natal, el Depósito Mercantil de La Habana. Con la instauración de este Depósito, Pinillos pretendió facilitar la expedición de las importaciones y exportaciones negociadas por el puerto de La Habana.
Los beneficios de este Depósito no se limitaban al comercio citadino, sino que con él, se pretendió también garantizar por anticipado la cobertura de las necesidades de la población habanera y combatir el contrabando de mercancías que tanto afectaba las operaciones mercantiles del puerto. No debió extrañar por entonces que el siguiente paso del Intendente interino fuese el de crear “Comisiones de Vigilancia” que se encargaran de investigar y perseguir el comercio ilícito existente en la Isla. Con todas estas medidas, Pinillos mostró, en poco tiempo, cuán capaz podía llegar a ser si se le otorgaban responsabilidades mayores.[7]
Luego de una visita a la Corte, efectuada entre 1824 y 1825, en la cual estrechó sus relaciones con el Rey Fernando VII, fue nombrado en propiedad para el puesto, con la salvedad de que ya no sería Intendente, sino Superintendente General de Ejército y Hacienda de la Isla de Cuba.

La Edad de Oro Colonial Habanera.
Al hacerse cargo en propiedad de la Hacienda cubana, Martínez de Pinillos debió enfrentar un conjunto de problemas de índole económica y política, problemas que marcaron su quehacer durante el primer año en el nuevo destino. Al llegar a Cuba procedente de España, tras un largo periplo que comprendió a Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, el recién nombrado encargado de las finanzas de la Isla encontró en un estado lamentable a los encargados de negocios de la Corona en los Estados Unidos.
En una de sus primeras comunicaciones al secretario de Estado y del despacho de Hacienda en Madrid, Martínez de Pinillos no contuvo el impulso de criticar las condiciones en las que se hallaban dichos funcionarios: “A mi tránsito por Nva. York me impuse de qe. la falta de fondos de la Legacion española en los Estados Unidos de América llegaba al extremo de no sacar las cartas de correo por no tener con que pagar los portes...”(sic).[8] Para reparar tan penosa situación, el Intendente asumió a partir de entonces la manutención de estos funcionarios, a los cuales convirtió en fieles aliados que le sirvieron en incontables oportunidades para conseguir los fines que perseguía.
Prácticamente desde su arribo a Cuba, Martínez de Pinillos creó una red de espías en diversos lugares del Continente, la cual pronto comenzó a rendir sus frutos. Así, sus colaboradores en Nueva Orleans comenzaron a publicar un diario titulado “El Redactor”, el cual estuvo dedicado a propagar en el Sur de los Estados Unidos las ideas y hechos convenientes a la Corona Hispana.[9] En Curazao, de acuerdo con el capitán general Francisco Dionisio Vives y con el comandante general del Apostadero de Marina de La Habana Angel Laborde, fue destacado un espía al cual se le encargó la tarea de suministrar todas las noticias relativas a los sucesos relacionados con la gran revolución de la América Latina. Por otra parte, al antiguo Saint-Domingue fue enviado el intendente de Hacienda de Santiago de Cuba, Fernández de Castro con el objetivo de indagar acerca de un posible proyecto de invasión haitiana a la Isla.[10]
A todos estos intentos de espionaje, pueden sumarse la ayuda incondicional prestada a las tropas encargadas de la frustrada campaña de defensa de la fortaleza de San Juan de Ulúa en Campeche y las sumas giradas a Nueva York con el objetivo de sabotear “varias fragatas y otros buques (...) que eran destinados á completar la espedicion que se proyecta reunir en Cartagena para turbar la paz y felicidad que bajo paternal dominacion en nuestro soberano disfrutan esta isla y la de Puerto Rico”(sic).[11]

Sin embargo, no fueron estas las principales preocupaciones de Martínez de Pinillos al iniciar su mando en la Hacienda cubana. Otros asuntos reclamaban toda su atención. La pérdida del antiguo virreinato de Nueva España trajo a Cuba una grande y mala nueva: la del fin de los situados procedentes de aquel territorio, situados que constituían, en gran medida, un elemento a tener en cuenta a la hora de desarrollar estrategias económicas para el sostenimiento y desarrollo de la Isla, según sus concepciones económicas liberales y pragmáticas.
Al asumir la dirección de la Hacienda, Martínez de Pinillos se vio obligado a crear nuevas vías de obtención de fondos para sostener la economía cubana. Así se inició una época de reformas económicas, en la cual fue revisado, y en gran medida modificado, todo el sistema impositivo y arancelario de la Colonia. En primer lugar, Martínez de Pinillos llevó adelante la reforma arancelaria de las aduanas insulares. Para ello, apoyándose en la Junta de Aranceles y casi desde su arribo a la Isla a fines de 1825, se puso a trabajar en busca de soluciones que trajeran un nuevo estímulo a la circulación mercantil en los puertos cubanos. La reforma comenzó a dar sus frutos rápidamente. A mediados de enero de 1826, el Intendente se ufanaba de su éxito al escribir al Gobierno metropolitano de la Península: “...nuestros aranceles se han ensayado el año pasado con general aplauso...”[12] Para Martínez de Pinillos, quien por entonces buscaba solidificar su posición ante la Corona y ante sus coterráneos, resultaba vital “...hacer productiva esta aduana, y las demas de esta isla, como que ahora son el único cauce por donde entran sus caudales y riquezas, y como que sus rendimientos, recaudados con buen sistema y regularidad, son el principal y mas cuantioso apoyo en que confía este angustiado y empobrecido erario...”(sic).[13]
El sistema instaurado por el Intendente planteaba una revisión de todo lo dispuesto anteriormente sobre el asunto. El derecho de toneladas y el impuesto sobre las averías fueron partes fundamentales para lograr el éxito de su plan. En la misma carta explicaba con detalle las ideas que por entonces se había propuesto poner en práctica con tan radical reforma:
“Se ha procurado, en suma, por el Admor. general y comisiones reunidas, atraer á los puertos de esta isla la concurrencia del comercio, que es lo que verdaderamente constituye su opulencia por la estraccion de sus ricas y voluminosas cozechas, y conceder al nacional las gracias y proteccion de que es susceptible; en una palabra se ha tratado de conciliar el aumento é ingreso en cajas de los derechos Reales con el alivio del comercio, protegiendo en su línea con empeño igual los derechos del soberano y del vasallo”(sic)[14]
En los largos años que permaneció al frente de la Intendencia, Martínez de Pinillos mantuvo una constante vigilancia acerca de este negocio. Las revisiones periódicas de los aranceles se convirtieron en una rutina necesaria y obligatoria, hasta que el Intendente se separó finalmente de su puesto en 1851.
Algo similar realizó en el ramo impositivo en relación con los renglones productivos de la Isla. Sutilmente y sin afectar los bolsillos de sus paisanos, Martínez de Pinillos se las arregló para reformar casi todas las ramas productivas de la Isla, de modo sorprendente con el aplauso general de los productores y comerciantes.
En el ramo del tabaco abolió rápidamente el derecho de vigésima, el cual había mantenido a los productores en un estado muy parecido al que habían tenido antes de la Real Orden de desestanco del tabaco de 1817. Para ello instauró un nuevo derecho de dos pesos en quintal en rama, fuese cual fuese la calidad de la hoja, con el cual lejos de traer beneficios a los productores, provocó una airada protesta, la cual le hizo repensar el asunto arduamente. Así, a principios de agosto de 1826, Martínez de Pinillos consiguió establecer un nuevo derecho por el cual dispuso la contribución de un seis por ciento a los talleres de “cigarros puros y de papel.”[15]
En los primeros años de su gestión, el Intendente fue dirigiendo su mirada hacia los diversos ramos productivos. Unos tras otros, fueron beneficiados los productores de la Isla en aquellos momentos. Así, por ejemplo, los ganaderos vieron como se les reducía todo su sistema de impuestos a uno solo de consumo, el cual, según consenso general resultó mucho más moderado. De igual manera, la producción de cera fue gravada con un impuesto extraordinario, con el cual se pretendía fomentar la iniciativa privada en su cultivo.
En agosto de 1828, Martínez de Pinillos -ya en sólidas negociaciones con el Real Consulado- redujo los impuestos de exportación del azúcar y del café, con el clarísimo objetivo de estimular a los productores a continuar en el negocio. En el caso particular del café, el Intendente suspendió -tras obtener la aprobación del capitán general Vives- el impuesto extraordinario que gravaba la exportación del café, anticipándose así a la prematura crisis internacional de este producto que sobrevendría poco después arruinando a gran parte de los cosecheros de la Isla. En cuanto a la producción de azúcar su reforma propició un incuestionable incremento de la producción y de la exportación, esta última excedió entre 1826 y 1830 la del quinquenio precedente en un 33 por ciento.[16]
Otro asunto que mereció el interés de Martínez de Pinillos fue el de la difusión de los conocimientos relacionados con la prosperidad de la Colonia. En este sentido, propició los fondos necesarios para la publicación de las Memorias de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, en la cual aparecían los más relevantes avances en materia de ciencia y técnica de la época. De igual modo financió los Anales de Ciencias, Agricultura, Comercio y Artes a cargo de su protegido Ramón de la Sagra, revista en la cual aparecían desde consejos útiles para los agricultores de la Isla hasta reproducciones de primera calidad de los últimas maquinarias aparecidas en Europa y los Estados Unidos como parte de la revolución tecnológica de la época.
Para Martínez de Pinillos fueron temas claves los concernientes a la apropiada valorización de las tierras, el mejoramiento de las comunicaciones y el logro de un cuerpo de oficiales de marinería de primera calidad. En relación a esto último, cabe señalar que fue él quien se encargó de proveer a la Escuela Náutica de Regla de todos los medios de estudio necesarios para que sus estudiantes recibieran una adecuada formación.[17]

A la llegada a Cuba del capitán general Don Mariano Ricafort, en 1832, el Intendente tuvo la oportunidad de asumir la presidencia del Real Consulado de Agricultura y Comercio, institución que había estado siempre bajo la dirección de los capitanes generales de turno. La renuncia de Ricafort, permitió que Martínez de Pinillos pudiera desarrollar todas sus ideas de desarrollo insular, las cuales, hasta entonces, no había podido llevar adelante.
Su primer paso al frente del Real Consulado fue el de cambiar su nombre con la presumible intención de evitar posibles reclamaciones por parte de los futuros capitanes generales.[18] Así, el Real Consulado devino Junta de Fomento de la Isla de Cuba, institución responsable, en gran medida a causa de las decisiones del Intendente, de la introducción y puesta en práctica de un grupo de adelantos encaminados a ubicar a Cuba entre los territorios más desarrollados a escala mundial en la época.
Para aumentar las recaudaciones de la Junta, el ya por entonces conde de Villanueva instauró ciertos impuestos -ya hemos visto antes cuán experto era en el tema- que le permitieron, en un periodo relativamente corto de seis a ocho años, construir un acueducto moderno para la capital de la Isla, fomentar el primer Banco financiero de la Historia de Cuba y llevar a la Isla a los primeros planos internacionales en materia de adelantos tecnológicos, con la construcción y puesta en funcionamiento del ferrocarril de La Habana a Bejucal.
En este propio periodo Villanueva debió cubrir los cuantiosos gastos de la reina María Cristina en la Guerra Carlista. Estas deudas reales llegaban a manos del Conde a través de letras giradas desde Madrid sobre préstamos solicitados a la casa comercial londinense de Rothchild and Sons. Una vez en La Habana, el cónsul británico Charles Tolmé, a su vez agente en Cuba de Rothchild and Sons, se encargaba de exigir el pago de las fuertes sumas al Conde, quien, curiosamente, aunque siempre pagaba, nunca se comprometía a pagar.[19]
El hecho de cubrir los gastos de guerra de la Corona, trajo como consecuencia más ostensible para Cuba, el cierre del Banco de San Fernando en 1841.[20] Para desgracia de Villanueva, estas deudas comenzaron a llegar a sus manos al poco tiempo de crear el Banco, lo cual impidió su consolidación y provocó su temprano final.
En esta época, Villanueva tuvo que lidiar también con la férrea oposición que opuso el capitán general Miguel Tacón (1834-1838) a sus proyectos. Tacón obstruyó desde sus más sencillas intervenciones de carácter público, hasta el mismísimo proyecto de construcción del Ferrocarril. Sobre este último, según Tacón, Villanueva había emprendido la obra “a su arbitrio y con independencia absoluta.”[21]
La pelea con el general Tacón tuvo un final inesperado. Tras varias renuncias del Conde y del Capitán General, éste último fue sustituido de su cargo. A pesar de su viaje a España, el enfrentamiento continuó durante algún tiempo. A instancias de los defensores de Tacón, fue creada una Comisión Regia encargada de realizar una auditoria al manejo de las finanzas en Cuba, auditoría que lógicamente perseguía ponerle punto final a la gestión de Villanueva.[22]
La protesta de éste no se hizo esperar. Villanueva no solo decidió presentar su renuncia una vez más, sino que publicó un amenazador folleto titulado “Refutación”, en el cual expuso sus ideas acerca de los fatales sucesos que podrían traer a la Corona tan desacertadas prevenciones. Sus palabras pusieron los pelos de punta a los funcionarios madrileños, quienes presumiblemente vieron en ellas una amenaza independentista:
“Si en vez de justa leyes son éstas opresoras; si en vez de procurar el bienestar y la felicidad de aquellos habitantes, se les oprime y extorsiona; si habiendo levantado su voz hasta el Congreso Nacional para su alivio, por repetidas veces, no son atendidos; si ha llegado el caso extremo de ver aniquilada su fortuna y despreciadas sus personas por esas leyes que el conquistador juzga oportunas para mantener su imperio; entonces dirán: nada marcha ni gobierna sin estar sujeto a leyes; si éstas son justas entonces no hay derecho de resistencia; pero si así no es ¿quién puede dudar que hay el deber de resistir?”[23]
Finalmente la Comisión Regia hizo su trabajo sin más penas ni glorias. Villanueva fue restituido en su cargo tras seis meses de gobierno del capitán general interino José de Ezpeleta y, aunque un par de años más tarde fue nuevamente sustituido al subir al poder en la Metrópoli el gabinete de Escudero, a finales de 1843 regresó al puesto hasta poco antes de su muerte, en 1851.
En esta etapa final, Villanueva siguió encargándose de los aprietos más urgentes de la joven reina Isabel II. Su periódica labor de reformador llevó a la Isla a tener, a mediados de la década de 1840, los más altos niveles impositivos del hemisferio occidental, casi a la par de Inglaterra. No descuidó el Conde la tarea de crear nuevas instituciones que apoyaran efectivamente sus reformas. Así, se fundó a iniciativa suya, en 1844, el Monte de Piedad de La Habana, institución crediticia dirigida a aliviar las cargas de los sectores más pobres de la Isla. En el Monte de Piedad se ofrecían préstamos sobre prendas, observando bajos intereses a todos aquéllos que se veían precisados a solventar sus urgencias financieras.
Al retirarse de la Intendencia en 1851, Villanueva marchó a Madrid a ocupar el puesto de Consejero de Indias. Al año siguiente murió tras un acalorado debate en una sesión del Consejo de Ultramar. La Intendencia de Hacienda de la Isla de Cuba desapareció apenas un año después de su muerte, lo que indica que ya a estas alturas, la institución funcionaba solamente a causa de que él la desempeñaba.

A modo de epílogo.
Hacer una valoración general de las ideas económicas del conde de Villanueva es una tarea ardua. Los pocos análisis precedentes nos presentan a un liberal decidido, a un reformador temerario e incluso, a un capitalista prematuro. Villanueva era cubano, probablemente el cubano que alcanzó un puesto más elevado dentro del aparato administrativo hispánico en la Isla.[24]
Desde joven, Villanueva se crió en un hogar liberal. No hay que olvidar que su padre fue uno de los 73 firmantes de la archiconocida petición de un grupo de habaneros durante 1808, para instaurar en la Isla una Junta de Gobierno. Sus conocimientos económicos y su marcado interés de contribuir al bienestar de los integrantes de su “grupo” se hallan fuera de disputa. Desde su partida a España, junto a José Pablo Valiente, hasta su muerte, Villanueva tuvo varias ideas claras en su cabeza, ideas que fueron moldeándose al calor de las conversaciones y de la correspondencia que sostuvo con hombres de la generación que le antecedió. Arango y Parreño fue una especie de tutor para él, Valiente, Andrés de Jáuregui y su propio padre colaboraron en su formación.
Desde entonces, y respaldado por un profundo conocimiento de las matemáticas, de la economía política y de los códigos de comercio internacional de su época, se convirtió en una figura clave para el futuro desarrollo de la Colonia. Villanueva fue un decidido defensor del libre comercio, al menos desde sus días de apoderado en la Metrópoli. Años después, como hemos visto, garantizó la expansión del comercio insular y procuró su desarrollo, muchas veces a expensas de las cajas de la hacienda cubana.
Además, Villanueva fue un hombre de gran visión de futuro. Participó en el tráfico de esclavos –aunque no fue tratista él mismo- y permitió su expansión a pesar de las prohibiciones internacionales, a causa de que veía en la esclavitud el elemento sine qua non para la continuación inmediata de los elevados niveles productivos de la Colonia. Pero veía la esclavitud de un modo muy similar a como veía la tecnología: como un recurso necesario para conseguir sus fines. En innumerables oportunidades aparecen referencias en su correspondencia acerca del problema de la esclavitud. Villanueva, como muchos otros, estaba convencido de que en el momento en el cual le había tocado vivir, la mejor garantía para la prosperidad de la Colonia, era la el aumento del tráfico de africanos, o sea, el aumento de la fuerza de trabajo barata necesaria para hacer producir los ingenios azucareros.
Villanueva siempre se mantuvo al tanto de los últimos adelantos científicos y técnicos producidos en su época en Europa y Estados Unidos, e intentó introducirlos en la medida de sus posibilidades en la Isla. Así, Cuba devino uno de los primeros lugares del mundo en ver como atravesaban sus campos y ciudades los nuevos trenes de carga y pasajeros, entonces símbolos por excelencia de la modernidad. Los habitantes de la Isla, debido a su gestión, palparon en la práctica las largamente deseadas ideas de Smith y Say cuando, en 1832, fue inaugurado el Banco de San Fernando en la Habana intramural.
Villanueva creía en la asociación y la colaboración de los particulares como condición necesaria para desarrollar los vastos sectores económicos, aún en ciernes, dejando a un lado la corrupción y los vicios existentes entre los comerciantes de la Isla y poniendo en manos de los individuos particulares los fondos de la Hacienda, buscando que, al entrar estos en la circulación, produjeran mucho más de lo que hasta entonces se había conseguido. Villanueva tuvo el rol de faro orientador para que todos aquéllos que quisieran asaltar decididamente a la Modernidad, encontraran el camino más rápido y seguro para prosperar.
Sus reformas fueron trascendentales, gracias a él la Isla entró en el camino del desarrollo industrial. Sin lugar a dudas, los elevados niveles productivos registrados entonces en Cuba y la constante inyección de adelantos tecnológicos y de mano de obra barata, colocaron a la Isla en un lugar de avanzada, no solo dentro de la América Latina, sino también a nivel mundial.
Uno de los aspectos siempre presentes para el Conde fue el de la difusión de estos adelantos. Esta no estuvo dirigida únicamente a los grandes productores, sino que de los fondos de la Hacienda, salieron también considerables sumas destinadas a la propaganda entre los sectores menos privilegiados de la Colonia. Las revistas y manuales que financió para los pequeños productores –muchas veces ilustrados con carísimos grabados mandados a hacer en Nueva York- son una muestra de ello.
En resumen, podemos afirmar que Villanueva hizo prácticamente todo lo que quiso, cada vez que lo quiso. Como intendente tuvo dos objetivos permanentes en su carrera. El primero fue el de ayudar al desarrollo económico de su “patria” –y de su “grupo”- en todo cuanto pudo. El segundo, el de mantenerse a bien con la Corona, lo que consiguió financiando las deudas de los diversos monarcas y gabinetes a los que debió responder. Sin embargo, esto no impidió que mantuviera una posición independiente que lo colocó, durante el segundo cuarto del siglo XIX, al mismo nivel de los diferentes capitanes generales que tuvo la Isla. Para sostener esta posición resultaron elementos claves, su ya mencionado poder convocador para reunir fondos en auxilio de la Corona, su prestigiosa carrera de fiel vasallo y su excelente administración de la Hacienda cubana.
Al decir del historiador Jacobo de la Pezuela, Villanueva no poseía “los grandes conocimientos económicos de su mentor Francisco de Arango y Parreño”, pero tenía “una admirable capacidad y eficacia para encontrar recursos.”[25] Su reforma no fue tan radical como la de Arango, con la cual se cambió de manera definitiva el perfil económico de la Colonia. Villanueva sólo continuó y desarrolló hasta sus límites esta política plantacionista, esclavista y altamente tecnológica, en una época mucho más difícil y compleja que la de su mentor. De sus manos entró Cuba al mundo del gran capitalismo.
Sus concepciones económicas y financieras permanecieron vigentes durante largo tiempo. Después de su muerte ninguna otra figura nacida en Cuba consiguió llegar a un puesto tan elevado en largos años dentro del aparato administrativo de la Isla. Desgraciadamente, Villanueva permanece todavía hoy como uno de los personajes menos estudiados dentro de la historia colonial cubana, a pesar de haber sido, sin duda alguna, una de sus principales figuras. Este trabajo no es conclusivo, mas bien es una suerte de primer acercamiento al conocimiento de aquél, que al decir de su enemigo jurado, el capitán general Miguel Tacón, y muy a pesar de las rígidas disposiciones que pesaban sobre la isla de Cuba, gozó del privilegio de poner en práctica su ideas “a su arbitrio y con independencia absoluta.”[26]



[1]Años después, a la muerte de Valiente, el presbítero Juan Bernardo O’Gavan fue comisionado para realizar su Elogio Fúnebre. En esta pieza oratoria de 42 páginas puede apreciarse como, dos décadas después de abandonar la Isla, Valiente era aún recordado como uno de los hombres clave de la opulencia de que podían ufanarse en la Habana por entonces. Ver: Juan Bernardo O’GAVAN, Elogio de José Pablo Valiente, Habana: Imprenta de Arazoza y Soler, 1818.
[2]Leví MARRERO, Cuba. Economía y Sociedad. Madrid: Editorial Playor, s/f, Vol. 10, pág. 35.
[3]Ver Archivo Nacional de Cuba. Real Consulado y Junta de Fomento. Libros 170 (1816-1817); 171 (1817-1819) y 172 (1819-1820. Puede consultarse también la correspondencia de Ramírez al frente de la Intendencia en: Archivo Nacional de Cuba. Gobierno Superior Civil. Legajos 491 al 500.
[4]Jacobo DE LA PEZUELA, Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cuba. Madrid: Imprenta del Establecimiento de Mellado, 1863, 4 vols.
[5]Martínez de Pinillos fue designado para suplir a Rucabado en junio de 1809. Archivo Nacional de Cuba. Gobierno Superior Civil. Leg. 1099, Exp. 40587.
[6]Martínez de Pinillos al Prior y Cónsules. Cádiz, 1 de julio de 1810. Carta No. 54. Archivo Nacional de Cuba. Gobierno Superior Civil. Leg. 1099, Exp. 40587.
[7]L. MARRERO, Cuba, Vol. 12, pág. 186.
[8]Martínez de Pinillos al Secretario de Estado y del despacho de Hacienda. Habana, 7 de diciembre de 1825. Archivo Nacional de Cuba. Gobierno Superior Civil. Leg. 508, Exp. 18418. No. 58.
[9]Algunos ejemplares de El Redactor correspondientes a 1830 pueden encontrarse en: Archivo Nacional de Cuba. Gobierno Superior Civil. Leg. 524, Exp. 18739.
[10]José Luciano FRANCO, Documentos para la Historia de Haití en el Archivo Nacional. Habana: Publicaciones del Archivo Nacional de Cuba, 1954.
[11]Martínez de Pinillos a Tomás Stoughton. Habana, 23 de enero de 1826. Archivo Nacional de Cuba. Gobierno Superior Civil. Leg. 508, Exp. 18718. No. 132.
[12]Martínez de Pinillos al Secretario de Estado y despacho de Hacienda. Habana, 18 de enero de 1826. Archivo Nacional de Cuba. Gobierno Superior Civil. Leg. 508, Exp. 18718. No. 118.
[13]Idem.
[14]Idem.
[15]Martínez de Pinillos al Secretario de Estado y despacho de Hacienda. Habana, 3 de agosto de 1826. Archivo Nacional de Cuba. Gobierno Superior Civil. Leg. 510, Exp. 18720. No. 507.
[16]L. MARRERO, Cuba, Vol. 12, pág. 110.
[17]Libro de Actas de la Real Junta de Fomento. Año 1832. Archivo Nacional de Cuba. Real Consulado y Junta de Fomento. Libro 182.
[18]Villanueva asumió la presidencia del Real Consulado de Agricultura y Comercio el 20 de junio de 1832. El cambio de nombre se efectuó a sugerencia suya a los pocos días, el 11 de julio de 1832. Archivo Nacional de Cuba. Real Consulado y Junta de Fomento. Libro 182.
[19]Archivo Nacional de Cuba. Protocolo de Valerio. 1837. Folios 4vt-5vt; 294vt-295vt y 412vt-414vt.
[20]El Banco de San Fernando fue suprimido el 24 de septiembre de 1841 por el intendente de Hacienda Antonio Larrúa. Al reasumir el cargo en 1843, Villanueva no hizo intento alguno de restituirlo.
[21]L. MARRERO, Cuba, Vol. 11, pág. 164. Juan PÉREZ DE LA RIVA, Correspondencia Reservada del Capitán General Don Miguel Tacón, 1834-1836. Habana: Biblioteca Nacional “José Martí”, 1963, págs. 152-153. Puede consultarse también: Felicia CHATELOIN, La Habana de Tacón. Habana: Editorial Letras Cubanas, 1989.
[22]L. MARRERO, Cuba, Vol. 12, p. 347. PÉREZ DE LA RIVA, Correspondencia, págs. 158-159 y 173.
[23]L. MARRERO, Cuba, Vol. 12, pág. 347.
[24]Joaquín de Ezpeleta llegó al puesto de capitán general, de modo interino, en 1839.
[25]DE LA PEZUELA, Diccionario, Vol. 4, pág. 223.
[26]L. MARRERO, Cuba, Vol. 11, pág. 164.

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